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domingo, 20 de octubre de 2013

El Amor
En la selva amazónica, la primera mujer y el primer hombre se miraron con curiosidad.
Era raro lo que tenían entre las piernas.
¿Te han cortado?- preguntó el hombre.
-No- dijo ella-Siempre ha sido así.
El la examinó de cerca. Se rascó la cabeza. Allí había una llaga abierta.
Dijo:-No comas yuca ni plátanos, ni ninguna fruta que se raje al madurar.
Yo te curaré. Échate en la hamaca y descansa-.
Ella obedeció.
Con paciencia tragó los mejunjes de hierbas y se dejó aplicar las pomadas y los ungüentos.

Tenía que apretar los dientes para no reírse, cuando él le decía:
-No te preocupes.
El juego le gustaba, aunque ya empezaba a cansarse de vivir en ayunas y tendida en una hamaca.
La memoria de las frutas le hacía agua la boca.
Una tarde, el hombre llegó corriendo a través de la floresta. Daba saltos de euforia y gritaba:
-¡Lo encontré! ¡Lo encontré!

Acababa de ver al mono curando una mona en la copa de un árbol.
-Es así- dijo el hombre aproximándose a la mujer.
Cuando terminó el largo abrazo, un aroma espeso, de flores y frutas invadió el aire.
De los cuerpos, que yacían juntos, se desprendían vapores y fulgores jamás vistos...
 Y era tanta su hermosura que se morían de vergüenza los soles y los dioses.
Eduardo Galeano. Memoria del fuego

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